martes, 13 de diciembre de 2011

Los malos días ¿pasarán?

-a quien le importe-

Lo que sigue a continuación es el primer intento de articular algunas observaciones frágiles, ciertos apuntes provisionales y un número indeterminado de contrastes que pretendo empezar a organizar para delinear progresivamente, sin un método confiable ni un protocolo de elaboración previo, un mapa (nunca definitivo) que se extienda y se complete en sincronía con la aparición simultánea de secuencias políticas actuales y de aportes "teóricos" emparentados y, a su vez, heterogéneos. En esta ocasión voy a esbozar brevemente algunos interrogantes y problemáticas relacionadas principalmente a la cuestión de la identidad y de la subjetividad política a la luz de una posible subversión del orden actual. 

Creo de suma utilidad práctica incorporar tres conceptos anudados entre sí que demarcan el campo de aquello que en el presente puede constituir un proyecto político radical: inmediatez, inmanencia y anti-identidad. Estos son remarcados en el prólogo de la antología recientemente publicada Communization and its Discontents, en la que se examinan las distintas propuestas de emancipación contemporáneas, los diversos marcos de lucha mundiales y las pautas disimiles de comprensión que la miríada de actores políticos erige para facilitar la inteligibilidad de sus propias prácticas. Antes de presentarlos creo necesaria una recapitulación veloz de las derivas políticas que marcaron la necesidad de su aparición. De manera simplificada, uno puede recorrer la pluralidad de planteos interpretándolos como la respuesta a una serie compleja de obstáculos prácticos y teóricos que, según algunas visiones como las de Gilles Dauvé o las revistas militantes Theorie Communiste y Endnotes, han sido causa inevitable de los fracasos políticos del movimiento proletario. En este sentido se vuelve tangible el desplazamiento del punto de evaluación de las relaciones de dominación capitalistas. A partir de la intervención del autonomismo italiano y de la Internacional Situacionista, la problemática de la lucha de clases comienza a ser planteada bajo otros términos: el eje sobre-dimensionado de la lógica de explotación es reemplazado por la cuestión del antagonismo de clase. Es decir, se trastoca la perspectiva privilegiada que hasta ese momento caracterizaba a las formulaciones marxistas más ortodoxas ligadas a los sindicatos y a los partidos, en beneficio de lecturas menos convencionales que priorizan la necesidad de analizar la totalidad del sistema de producción capitalista desde el punto de vista de la clase obrera. Asumiendo esta rotación epistemológica, las tesis actuales vuelven a cambiar la localización del punto central de análisis para ubicarlo en la relación contradictoria misma sostenida entre el proletario y el capital. La cuestión, entonces, no estriba tanto en abandonar la visión general de la lucha de clases sino en redefinir los elementos de la misma. Este replanteamiento es interior a la lucha de clases, ya que esta no consiste simplemente en un enfrentamiento material sin mediaciones entre facciones antagónicas sino, por el contrario y por sobre todas las cosas, en un conflicto ideológico (simbólico) que se establece en el nivel de la interpretación misma de la sociedad en su conjunto. Zizek lo plantea así:
"Los izquierdistas suelen lamentar que la línea divisoria en la lucha de clases esté por lo general desdibujada, desplazada, falsificada, sobre todo en el populismo de derecha, que pretende hablar en beneficio del pueblo, cuando en realidad defiende los intereses de quienes gobiernan. Sin embargo, este desplazamiento y falsificación constantes de la línea divisoria (de las clases) es la `lucha de clases´: una sociedad de clases en la cual la percepción ideológica de la división de clases fuera pura y directa sería una estructura armoniosa sin lucha. O, para decirlo en términos de Laclau, el antagonismo de clases estaría plenamente simbolizado; ya no sería imposible/Real, sino un simple rasgo estructural diferencial."

Que la posibilidad de una interpretación completa de la totalidad de la sociedad esté clausurada por anticipado equivale a decir que existe un índice de inconsistencia inherente al sistema mismo. Esto significa que la debilidad interior al modo de producción capitalista es la que debe ser adecuadamente comprendida e identificada si es que se pretende superar dicho modo de producción. En este punto es donde interviene la cuestión de la identidad mencionada al comienzo. Uno de los problemas centrales que se transformó en un   motivo de fracaso de los movimientos proletarios, yace en haber reforzado equivocadamente la propia identidad de clase es decir, en haber afirmado sin restricciones la condición que el sistema capitalista asigna. La identidad atribuida es, por definición mínima, ambivalente. Reproduce en su nivel específico la misma contradicción que caracteriza al sistema en general. La clase proletaria es simultáneamente una clase necesaria del modo de producción capitalista y una clase revolucionaria que atenta contra el mismo orden. Lo que ocurre es que se afirma el polo que subsume y neutraliza el potencial revolucionario ya que, en vez de propiciar una descolocación de clase, se afianza el aspecto proletario que garantiza la reproducción sin término de las relaciones de dominación. Lejos de resolverse en la anulación integral de la división de clases, la contradicción emplazada entre dos órdenes antitéticos se mantiene en una tensión siempre diferida que beneficia a la clase dominante. En palabras de Dauvé:
"Cualquier `período de transición´ es visto como algo inherentemente contrarrevolucionario, no sólo porque da lugar a una estructura de poder alternativa que se resistirá a `extinguirse´ (véase por ej. las críticas anarquistas de la `dictadura del proletariado´), ni tampoco porque parece dejar intactos ciertos aspectos fundamentales de las relaciones de producción, sino porque la base misma del poder obrero que cimienta esa transición aparece ahora como algo fundamentalmente ajeno a las luchas mismas. El poder obrero es sólo la otra cara del poder del capital, es el poder de reproducir a los trabajadores como trabajadores; de ahí que la única perspectiva revolucionaria que queda sea la abolición de ese vínculo recíproco."

La abolición completa de dicho lazo antagónico se traduce, entre otras cosas, en una abolición sin miramientos del régimen laboral y de la estructura del valor. Para emplear una vieja fórmula, uno no puede desalienarse recurriendo a formas sociales alienadas. En este sentido es necesario reparar en que la proliferación de identidades heterogéneas tiene como condición de posibilidad al capitalismo. La aceleración y la velocidad con que constantemente surgen y desaparecen una pluralidad de subjetividades inofensivas no es otra cosa que la traducción fiel  del movimiento contradictorio e incesante que caracteriza a la dinámica del capital. Para que irrumpa una subjetividad política revolucionaria es necesario que exista un momento inmediato de negación en tanto ella misma es, principalmente y desde el momento de su génesis, la expresión particular de una totalidad que nunca es alterada significativamente. Lo que se requiere es un tipo de destitución subjetiva que atente contra la propia condición social para que sea posible, eliminando los vestigios que nos atan a nuestra pertenencia de clase, una reorganización desjerarquizada de la totalidad del cuerpo social. Emprender una ofensiva contra el sistema capitalista es ante todo atacarse a uno mismo: auto-abolirse, negarse violentamente. Con algunos matices Tronti se dirige hacia la misma dirección:

"Para luchar contra el capital, la clase obrera debe luchar contra sí misma en cuanto capital. Se trata del punto de máxima contradicción, no para los obreros, sino para los capitalistas. Basta exasperar este punto, basta organizar esta contradicción, y el sistema capitalista dejará de funcionar, y el plan del capital comenzará a marchar hacia atrás, no como desarrollo social, sino como proceso revolucionario. Lucha obrera contra el trabajo, lucha del obrero contra sí mismo como obrero, rechazo de la fuerza de trabajo a convertirse en trabajo, rechazo de la masa obrera al uso de la fuerza de trabajo (...)"




En definitiva, siempre de lo que se trató y de lo que se trata es de esclarecer los medios a través de los cuales todo sistema de dominación y explotación puede ser derribado. Este es solo un primer bosquejo incompleto e imperfecto de algunos problemas que creo ineludibles. Es, junto con la mayoría de mis preocupaciones, la expresión de una obsesión fundamental que puede ser sintetizada en una pregunta o, mejor dicho, en la pregunta central que adecuadamente presenta Zizek: ¿cómo es que podemos revolucionar un orden cuyo principio esencial consiste en auto-revolucionarse permanentemente? Creo que todo lo concerniente a nuestra vida se agota en esa cuestión.


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